miércoles, 13 de junio de 2007

El vendedor de globos

El carro traquetea sobre los adoquines envuelto en jirones de niebla, las botellas de leche tintineando con cada giro de las ruedas, los cascos del caballo levantando húmedos ecos del empedrado. Al pasar frente al mercado, la nariz es golpeada por el ácido olor de las verduras en descomposición y el más rotundo del pescado que hace tiempo no ve el mar. Se escuchan sonidos de cajas arrastradas y sacos que caen sordamente, de cuchillos afilándose, piedra contra metal, de voces madrugadoras que ya pregonan su mercancía desde primera hora. Hay un corrillo de sujetos malencarados esperando a sus potenciales víctimas apoyados en la pared mientras se limpian las uñas con sus navajas. El gris lo invade todo, como un dolor, por insignificante que sea, invade cuerpo y mente de quien lo padece.

Pero en el extremo más alejado de la calle, única nota de color sobre el gris dominante, el vendedor de globos pinta el barrio con su sonrisa sempiterna mientras atiende a sus pequeños clientes.

Y la dulce Fan Yi, entibiando los recuerdos de la fría y húmeda mañana de mi juventud.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un relato encantador :)