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jueves, 23 de agosto de 2007

El nacimiento de Heracles


Es harto sabido que Zeus era un playboy de cuidado y se tiraba todo lo que se movía por Grecia y alrededores, así que cuando le echó los ojos encima a Alcmena, poco le importó la condición de casada de ésta para intentar echarle encima alguna otra cosa, además de los ojos. Ni corto ni perezoso, tomó la apariencia de Anfitrión de Tebas, el marido de Alcmena que llevaba mucho tiempo fuera de casa, ocupado en alguna guerra, para yacer impunemente con ella, haciendo buena su frase favorita: haz el amor y no la guerra. Zeus, zorro viejo, se compinchó con Helios, las Horas, Selene y Morfeo, de modo que consiguieron entre todos alargar aquella noche haciéndola durar treinta y seis horas, nada menos, en el transcurso de las cuales se puso morado en brazos de Alcmena. ¡Un pillo, papá Zeus!

Casualidades de la vida, el bueno de Anfitrión volvió de la guerra el dia siguiente y Alcmena quedó embarazada de gemelos (además de sorprendida y exhausta, aunque encantada, por la vitalidad de su marido después de la jornada intensiva de la noche anterior).

Ya en el Olimpo unos meses después, Zeus se jactaba ante sus amigotes de la hazaña de haber engendrado en Alcmena al que habría de ser heredero de la casa de Perseo, de quien la mortal era nieta. Hera, la divina esposa de Zeus, se mordía la lengua mientras tanto, tramando su venganza contra el rijoso de su marido. Así que consiguió arrancar de Zeus el juramento solemne de que el primer nacido de la casa de Perseo sería rey, Hera se apresuró a bajar a tierra para hacer que Euristeo, primo de Heracles y también descendiente de Perseo, naciera prematuramente. Euristeo nació, efectivamente, sietemesino y sería, tiempo después, el rey a cuyo servicio tendría Heracles que efectuar sus célebres doce trabajos a fin de conseguir la inmortalidad.

Pero el ataque de cuernos de Hera exigía más que eso. Decidida a que Heracles no llegara siquiera a nacer, se plantó ante Alcmena con las piernas cruzadas y las ropas atadas con apretados nudos, impidiendo de este modo el parto. A mí no me pregunten por qué no le dió simplemente una pildora del día después o similar, son cosas de diosas en las que ni entro ni salgo (con perdón).

En esas estaban, esperando a que los fetos muriesen en el interior del vientre de Alcmena, cuando una de sus sirvientes, Galantis, anunció a la diosa que el parto ya había tenido lugar, noticia ante la cual saltó Hera, sorprendida, y los nudos se desataron permitiendo que Alcmena se pusiera realmente de parto (sí, bueno, parece tontería pero ya les he dicho que en esas cosas no me meto).

Alcmena dio a luz gemelos, uno de los cuales se llamó Ificles y era mortal (se supone que fruto de la semilla de Anfitrión) mientras que el otro sería un semidiós al haber sido engendrado por Zeus durante aquella noche loca que duró día y medio. Zeus dio al niño el nombre de Heracles, literalmente "Gloria de Hera" (miren por dónde vengo a enterarme de que el bueno de Hércules se llamaba en realidad Gloria), en un intento por aplacar la justa ira de su esposa. Intento futil pues la desairada diosa no sólo hizo pagar a la pobre Galantis muy cara su fidelidad a la reina convirtiéndola en comadreja y condenándola a parir a sus hijos poniendo huevos por la boca (ya les he dicho que estas cosas de dioses son muy raras), sino que, no contenta con eso, trató de matar al tierno infante enviando dos enormes serpientes para que lo asfixiaran en la cuna. Heracles, que ya apuntaba maneras, se hizo un par de sonajeros con las bichas como si nada.

Alcmena, harta seguramente de todos aquellos tejemanejes entre los olímpicos, decidió abandonar a Heracles en medio del campo, maniobra que fue observada por Zeus, que para eso era un dios y podía verlo todo. Zeus preparó su siguiente jugada. Convenció a su hija Atenea para que le echase un cable (por cierto que el nacimiento de Atenea tampoco tiene desperdicio, aunque no es el momento de narrarlo ahora) y se llevase a Hera a dar un paseíto por el campo cercano a Tebas. "Casualmente", las diosas se tropezaron con la criatura a quien Hera por lo visto no reconoció pues, por muy diosa que fuese, le pasaba como a todo el mundo y todos los bebés le parecían igual de feos. Como el niño no paraba de llorar, Atenea convenció a Hera para que lo amamantase y en ello estaba cuando, de repente, reconoció al crío como el hijo de Alcmena y Zeus y lo apartó de su pecho violentamente de modo que un chorro de su leche salpicó el firmamento. Sí, lo han adivinado, por eso nuestra galaxia se llama Vía Láctea y no debido al patrocinio de ninguna industria lechera.

Por cierto, otra versión de esta historia narra que fue el dios Hermes quien acercó a Heracles al pecho de la dormida Hera para que mamase sin que ésta se diera cuenta pero el chavalote chupó con tanta fuerza que hizo brotar un río de leche de la divina teta, con el consiguiente fastidio de la diosa. Esta versión es la que narra el cuadro de Tintoretto que ilustra estas líneas: "El Origen de la Vía Láctea".

El Origen de la Vía Láctea (Tintoretto)

Después de aquello y dado que lo que no mata engorda, Heracles creció sano y fuerte, corriendo innumerables aventuras a lo largo de su vida. Aventuras que le llevaron a recorrer todo el mundo conocido, desde el extremo oriente (que por aquel entonces estaba un poco más allá de Grecia, no se vayan a creer) hasta las columnas que llevan su nombre en el extremo occidental del Mediterráneo. Sí, eso, las columnas de Hércules, o sea, el estrecho de Gibraltar.

Pero dejaré para mejor ocasión el relato de las hazañas de Heracles y terminaré diciendo que tras su muerte, acaecida muchos años después a resultas de un incidente con el centauro Neso, subió al Olimpo donde, hechas ya las paces con su madrastra Hera, se casó con una hija de ésta, Hebe.

viernes, 8 de junio de 2007

La manzana de la discordia

Era el convite nupcial de la diosa Tetis con el mortal Peleo, unión de la que nacería, andando el tiempo, Brad Pitt (por otro nombre: Aquiles). Al sarao había acudido la flor y nata de la jet-set olímpica pero, error logístico a la hora de hacer entrega de las invitaciones o, más probablemente, prevención porque no fuera a hacer honor a su nombre, la diosa de la discordia, Éride, no fue invitada a la fiesta.

Así despechada, urdió Éride (o Eris, dicen otros) su venganza. Se presentó en el lugar, es de presumir que luciendo sus mejores galas, y arrojó displicentemente sobre la mesa una hermosísima manzana de oro sobre la que podía leerse la incripción "Para la más bella". Sólo a una diva podía ocurrírsele tan taimado plan y poner en marcha el primer concurso de belleza de la historia sin establecer claramente las bases ni llamar a Luis María Ansón para que hiciera de jurado y, como es natural, ardió Troya cuando Hera, Atenea y Afrodita comenzaron a tirarse de los pelos auto-proclamándose merecedoras de la dichosa manzana.

En realidad... Troya no ardió de inmediato, aunque lo haría en breve. Literalmente.

Después de un rato de estar diciéndose lindezas en hexámetros clásicos, las diosas acudieron a Zeus para que arbitrara la cuestión pero éste, zorro viejo, no quiso meterse en camisa de once varas y se lavó las manos, diciéndoles que se fueran a tomar vientos al Monte Ida.

Y allá que se fueron conducidas por Hermes, mensajero de los dioses (no sabemos si a sueldo de UPS o de Seur).

Por las faldas del Monte Ida, próximo a Troya, andaba el hijo del rey Príamo, Paris, pastoreando sus rebaños (inserte aquí el chiste de su preferencia sobre la excarcelación de Paris, seguro que ha oído uno en cualquier telediario que haya visto hoy). Se ve que los reyes de la antigüedad clásica tenían menos sangre azul que los de ahora, e incluso menos que las herederas de cadenas hoteleras, y no se les caían los anillos por trabajar. El pobre chaval no sabía en la que se estaba metiendo cuando las diosas le pidieron que eligiese a la más bella de las tres y él, inocentemente, eligió a una de ellas, Afrodita, ganándose inmediatamente la inquina de las otras dos. ¿Ven lo que pasa por no haber elegido a Ansón como jurado? Él les habría tirado los tejos a las tres y listo.

Así que se armó la de Troya... literalmente, como digo. Pero eso ya lo sabrán ustedes porque seguramente ya han visto la película protagonizada por Aquiles (por otro nombre: Brad Pitt).

Mas la historia de Éride no acaba aquí porque la diosa de la discordia aparecería de nuevo a principios del siglo XXI en forma de pedazo de roca que los astrónomos llamaron "2003-UB313", según las convenciones internacionales de nomenclatura para asteroides. En principio, la roca fue bautizada como Xena y un satélite suyo como Gabrielle, claro, ya que, por si no lo saben, los astrónomos también tienen su corazoncito y no son inmunes a los encantos de Lucy Lawless (si no se ha enterado usted a cuento de qué viene la frase anterior, enhorabuena: se trata de una serie de televisión llamada "Xena, la princesa guerrera").

Los descubrimientos de Xena y de muchos otros objetos dentro del Sistema Solar, desataron el debate sobre la conveniencia de elaborar una nueva definición del término "planeta" que se adecuase a la nueva situación, hasta que la Unión Astronómica Internacional acordó, en agosto de 2.006 que un planeta sería todo objeto celeste que:

a) Gira alrededor del Sol.
b) Tiene suficiente masa para que su gravedad supere las fuerzas del cuerpo rígido, de manera que asuma una forma en equilibrio hidrostático (prácticamente esférica).
c) Ha limpiado la vecindad de su órbita.

La discordia entre los astrónomos (que tampoco fue excesiva, a decir verdad) surgió debido a la inclusión del punto c) en la definición. Sin ese punto, se debería considerar como planeta a Ceres, el cuerpo más grande del cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter y también a muchos otros objetos más allá de la órbita de Plutón. Con la inclusión de este apartado, es el propio Plutón el que queda fuera de la definición debido a que tiene un compañero, Caronte, con una masa del mismo orden de magnitud y que no es, por tanto, propiamente un satélite que gira a su alrededor sino que forman un sistema doble, girando ambos en torno a un punto intermedio.

Así que la nueva definición de planeta fue finalmente admitida y, consiguientemente, Plutón fue degradado a la condición de "planeta enano". Si son de los que aprendieron en el colegio que hay nueve planetas en el Sistema Solar, vayan actualizándose: sólo hay ocho.

Si han llegado hasta aquí será porque, supongo, no tienen nada mejor que hacer así que espérense unas líneas más, que viene el final y remate de nuestra historia sobre Éride.

Y es que, en un alarde de sentido del humor, el objeto 2003-UB313, Xena, fue rebautizado como Eris (o Éride), ya saben, diosa de la discordia, y a su satélite se le llamó Disnomia, como la diosa de la anarquía. ¿Recuerdan a Lucy Lawless? Pues eso.