martes, 31 de julio de 2007

Otoño


Pues, no sé muy bien por qué, me he puesto otoñal el último día de julio. Serán cosas del calentamiento global ése, que comienza a reblandecer seseras y aniquilar neuronas como vulgar vino peleón. En fin.


Cuando el verano termina los colores del mundo se entibian, los bosques se visten con tonos ocres y dorados y el cielo frunce el ceño y busca cómo pintarse la cara a lo ancho de toda la gama de los grises, sin acabar de decidirse. Los tejados entretienen el tedio de las tardes plomizas dejando caer gotas de agua sobre las cabezas de los que pasan mientras, húmedos y ateridos, los amantes y los pájaros buscan el refugio de los porches en penumbra para darse un beso de buenas noches picoteándose los labios.

Cuando venga el otoño, el viento me traerá en volandas el perfume de tu pelo y me susurrará al oído tu nombre. No tendré más remedio que volver a amarte de nuevo desde el principio.

viernes, 27 de julio de 2007

Evolucionando


Año de gracia de 2.007, parece mentira. Fue ayer apenas cuando imaginaba el redondo año 2.000 como una barrera mística más allá de la cual se encontraba el futuro. La ciencia ha traído de la mano, ciertamente, avances tecnológicos apenas soñados hace treinta o treinta y cinco años y ha conseguido que el conocimiento humano sobre el mundo se haya incrementado exponencialmente.

Retrotrayéndonos un poco en el tiempo, vemos que una gran parte de ese conocimiento ha sido adquirido por la humanidad durante el transcurso del último par de siglos gracias, fundamentalmente, al desarrollo del método científico, esa herramienta constructiva que hace que solamente se eleven a la categoría de "conocimiento", aquellas observaciones que han sido debidamente aquilatadas. Ya lo he contado, someramente, en otro xuspiro: El Método Científico

Me gustaba pensar que la humanidad, gracias a la aplicación sistemática del método, dejaría atrás la superchería y enterraría para siempre la insana costumbre de anatematizar el avance del conocimiento invocando inamovibles tradiciones envueltas en el halo de santidad que suele dar a leyendas y mitos el paso del tiempo. Me equivocaba, claro. A día de hoy sigue habiendo una fuerte reacción por parte del fundamentalismo religioso, tanto cristiano como musulmán y judío, a aceptar algo tan sencillo como la incontrovertible realidad de la evolución.

Son pocos pero, como se suele decir de terroristas y otras malas hierbas, hacen mucho ruido. El pastorcito evangélico que está de moda en la red últimamente así lo demuestra con sus gritos excesivos y sus ademanes de charlatán de feria. Si no lo han visto en las páginas de vídeos de internet o en el telediario de la tarde, benditos sean pues son inmunes al martilleo constante de la propaganda informativa. El chaval (no es más que un crío, por eso le he llamado "pastorcito") consigue arrancar de su extasiado rebaño encendidos aplausos cuando en el paroxismo de su actuación arremete contra "esos que dicen que somos de la evolución" (sic), momento en que yo suelo experimentar un sudor frío mientras el acre sabor del miedo me sube a la boca.

Sí, lo confieso. Tengo miedo de esta gente. Un miedo atroz a que consigan convencer a una sola persona de que lo que pregonan con voz desaforada y ojos que brillan con el mismo fulgor que el de los esquizofrénicos son algo más que simples dislates basados en la firme aunque absurda pretensión de que unos textos compuestos hace la tira de años en un rincón específico del planeta, contienen la verdad última acerca del diverso y cambiante universo que nos rodea, por más que dicha "verdad" contradiga lo que nos dice la experiencia cotidiana. Miedo a que sus tesis sin ninguna confirmación más allá de la que les brinda su propia fe, lleguen a equipararse a aquellas otras que se acogen al método científico y basadas, por tanto, en el saber y no en el creer. Tengo miedo de esas cosas porque, de conseguirlo, podrían hacer retroceder a la humanidad hasta los tenebrosos días de la Edad Media en los que todo conocimiento era puesto en tela de juicio por el mero hecho de no figurar en las páginas del libro sagrado. Aunque tal vez se contenten con hacernos retroceder solamente un par de siglos, como esos seguidores de la secta amish cuyo rechazo a la tecnología sólo alcanza hasta un cierto punto, aceptando la de siglos anteriores en un ejercicio de malabarismo intelectual que no acabo de comprender. Rechazan los botones como algo pecaminoso pero aceptan la ropa misma. Rechazan los automóviles pero no los carruajes tirados por caballos. Rechazan las máquinas pero no los arados... Como si todas esas cosas no fueran el resultado de la aplicación de una misma tecnología, más o menos desarrollada, a los mismos principios básicos. En fin.

El ataque a la evolución por parte de los fundamentalistas religiosos, suele basarse normalmente en un profundo desconocimiento de la misma, ignorancia que se pone de manifiesto desde la mismísima primera frase que sale de sus labios, que suele ser: "dicen que el hombre desciende del mono...". Pues no, mire usted. No dicen eso. Ni lo dice Darwin en su "El Origen de las Especies", ni lo dicen los neodarwinistas, ni lo dice la actual Teoría de la Evolución, ni lo dice nadie. Esa estupidez sólo la dicen, curiosamente (o quizás no tanto), los mismos que la atacan. Sea por ignorancia o absoluta falta de ética, una de dos, este proceder es lo que se conoce en lógica como "la falacia del hombre de paja" que consiste en que, independientemente de los argumentos del contrario, uno dice que dijo "lo que sea" y luego ataca ese "lo que sea" como falso. Precioso.

Lo que dice la teoría es que tanto monos como seres humanos descendemos de un antepasado común, lo cual es muy diferente.

Evolución
Otro punto básico de ataque es centrarse en que la Teoría de la Evolución es solamente eso, una teoría y, por lo tanto, podría estar equivocada con lo que la evolución no existiría. Otra vez la ignorancia o la falta de ética, según sea el caso, se ponen de manifiesto al no diferenciar el hecho observado de la teoría científica que lo explica. Porque la evolución, mis amigos, es un hecho, una constatación, una cosa real atestiguada por miles y miles de observaciones, mientras que la Teoría de la Evolución es simplemente el desarrollo científico que intenta explicar ese hecho. Es como si me dicen que, dado que la Teoría de la Gravitación de Newton ha sido superada por la Relatividad de Einstein, podemos decir que aquella era falsa y, por tanto, la gravedad no existe. Piensen lo que quieran pero, por favor, no se lancen desde un acantilado creyendo firmemente en la veracidad de lo que dicen. Les aseguro que se equivocan y que la gravedad sí que existe, a despecho de cuánto pudiera haber acertado o errado Newton a la hora de explicarla. Pues la evolución lo mismo. La teoría podría (no lo está, pero podría) estar absoluta y radicalmente equivocada y ello no invalidaría el hecho de que las especies de seres vivos actuales han evolucionado desde formas anteriores menos complejas. Lo único que invalidaría sería nuestra explicación de cómo o por qué lo han hecho pues es esto, y no otra cosa, lo que hacen las teorías científicas: explicar el porqué de las cosas.

El tercer punto de ataque desde las filas de la intolerancia fundamentalista suele ser que la Teoría de la Evolución no explica cómo surgió la vida desde la materia inanimada. Pues sí, oiga, en eso tienen razón, la teoría no explica eso. Añado yo de mi cosecha que tampoco explica cómo se prepara la tortilla de patata o por qué los jugadores de fútbol se tiñen el pelo de rubio platino. Qué cosas.

miércoles, 25 de julio de 2007

Santiago Matamoros

Santiago

Veintitrés de mayo del año de Nuestro Señor de ochocientos y cuarenta y cuatro, inmediaciones del castillo de Clavijo (La Rioja, España). El rey Ramiro de Asturias (primero de su nombre) está hasta el gorro del emir de Córdoba, Abderramán (segundo del suyo), que le ha reclamado un tributo consistente en cien doncellas abonables en efectivo (nada de letras bancarias o cheques pagaderos a treinta días) por lo que ha decidido darle batalla y aprestado para ello un lucido ejército compuesto en su mayoría por aguerridos norteños que piensan cuánto mejor estarían en sus agrestes montañas regando con abundante sidra una buena fabada. El cielo está parcialmente cubierto pero no hay riesgo de precipitaciones (según el último parte meteorólogico: la vieja herida de guerra del soldado Pelagio, que pica como mil demonios cada vez que se aproxima un cambio de tiempo). Pelagio apresta la lanza y embraza el escudo, inquieto ante la presumible escabechina que va a comenzar en breve, mientras piensa, misterios de la mente humana, que el viento relativamente seco de esta extremadura del reino en que se halla le viene mejor para los huesos que la humedad del valle asturiano en que nació. Tal vez se venga a vivir por aquí y repoblar un poco la zona, cuando esto termine. Una suave brisa de poniente cruza la llanura y hace flamear los ropones de los soldados, alineados en formación, prestos al combate. Estado de la mar: marejadilla.

Ramiro espolea su caballo y pasa revista a sus tropas, a las que ha arengado hace un momento relatándoles el sueño que ha tenido la noche pasada en el que el mismísimo apóstol Santiago se le ha presentado para decirle que estará junto a ellos en la batalla. Percibe en los rostros de los hombres signos de lo que tanto puede ser una cierta inquietud ante la promesa del sobrenatural acontecimiento como simplemente el miedo común y corriente que todo soldado experimenta ante la inminencia del combate. Las tropas de Abderramán, alineadas al otro extremo del angosto valle, han iniciado una violenta carga con los bereberes en el centro conformando el grueso de la vanguardia y aullando como endemoniados. Ramiro desenvaina su espada y suelta al aire lo que será el grito de guerra de los ejércitos españoles de ahí en adelante: "¡Santiago y cierra, España!".

El grito va con coma, muy importante. No se trata de cerrar España a cal y canto sino de cerrar filas, acometer, embestir al enemigo (acepción 32, nada menos, de la palabra "cerrar", hoy en desuso si no fuera por el Capitán Trueno y cuatro literatos). Aunque ahora que lo pienso, en el actual ejército español debe haber casi tantos soldados ecuatorianos y colombianos como españoles así que supongo que cuando entran en combate en el Líbano o Afganistán gritarán "¡Nuestra Señora de Coromoto nos valga!", o algo por el estilo.

Pero sigamos. Iba diciendo que Ramiro ordenó atacar invocando el nombre del apóstol.

Las huestes asturianas ya se lanzaban a la carga, dispuestas a topar a lo bestia contra el enemigo según imponía la moda de la época, cuando los cielos se abrieron y de entre la cegadora luminosidad del milagro, pues de eso se trataba, surgió un blanco caballo de no sabemos qué color a cuyos lomos venía jinete el mismísimo apóstol blandiendo una tizona de metro y medio con la que desbarató las filas enemigas cercenando cabezas de moros a diestra y siniestra.

El rey asturiano obtuvo una gran victoria aquel día y ya nunca más pagaría tributo a Córdoba.

La iglesia de Santiago, en Compostela, obtuvo una victoria aún mayor dos días después en Calahorra, cuando el rey hizo lo que se da en llamar "El Voto de Santiago", según el cual se le ofrecerían cada año las primeras cosechas y vendimias y, como a un caballero más, se repartiría a Santiago una parte del botín que se tomara a los moros.

Cosas de la historia, resulta que la única crónica de batalla tan importante y singular fue escrita cuatrocientos años después (hacia 1.243) por un obispo de Osma y arzobispo de Toledo llamado Rodrigo Jiménez de Rada, por lo que los historiadores (¡panda de herejes!) sospechan seriamente que tales acontecimientos nunca tuvieron lugar, ni de la forma en que se narran ni de otra cualquiera.

Pero Santiago sigue siendo patrón de las Españas y hoy, 25 de julio, se celebra su fiesta así que me voy a tomar un buen ribeiro y una ración de pulpo "a feira". Salud.

martes, 24 de julio de 2007

Solsticio de Verano

Trust


Será consecuencia, tal vez, de la conjunción cósmica de los astros pero cuando pienso en hacerte un regalo no se me ocurre nada más pequeño que un mundo. No es que te ame más o te ame menos pues es una imposibilidad matemática sumar o restar cualquier cosa a infinito. Será, probablemente, que durante el solsticio de verano la noche es tan corta que el sueño apenas si viene a visitarme y tengo, entonces, más tiempo para amarte.

lunes, 23 de julio de 2007

Siddartha

Buda

Unos cinco siglos antes de Cristo, nació en el Nepal un muchachito que, casi sin quererlo, a lo tonto y a lo bobo, como quien no quiere la cosa, por el procedimiento de sentarse debajo de una higuera, fundó lo que andando el tiempo llegaría a convertirse en una de las religiones con más adeptos del planeta. Se llamaba nuestro héroe Siddartha Gautama (en el idioma local se pronuncia muy raro y se escribe con un serie de palitroques y rayitas más raras aún) pero, como los toreros o los futbolistas argentinos, es más conocido por su alias: "el iluminado". Buda, si lo prefieren decir más corto y en sánscrito.

El padre de Buda, Suddhodana, era rey de no sé qué clan nepalí y poseía un suntuoso palacio en un lugar llamado Kapilavastu, a orillas del río Ganges. Puede decirse que Siddartha era lo que hoy llamaríamos "un niño de papá".

Pero empecemos por el principio.

La concepción de Buda, tal como la narra la tradición budista, es espectacular y tiene para nosotros, occidentales, sutiles reminiscencias de historias conocidas. Verán. La madre de Buda, Maya, una de las esposas de Suddhodana, soñó mientras hacía el amor con su esposo (la leyenda no aclara si antes, después o durante), que cuatro ángeles la tomaban y la transportaban con cama y todo al Himalaya para posteriormente bañarla en un lago con el fin de dejarla inmaculadamente libre de toda mancha humana. Después, tras extender un lecho divino con la cabecera hacia el Este y acostarla sobre él, una criatura celestial, un pequeño elefante blanco de seis colmillos que era el mismo Buda aún por nacer, se acercó al lecho y, tras dar tres vueltas en torno a él, se introdujo directamente en su costado derecho sin causarle dolor alguno. Los sabios consultados dictaminaron que tal sueño no podía significar otra cosa más que el niño así concebido sería santo y alcanzaría la perfecta sabiduría (?). La leyenda tampoco dice cómo llegaron a esta conclusión partiendo de aquel sueño pero quiénes somos nosotros para dudar de hombres tan sabios.

Si les pareció sobrenatural la concepción de Siddartha, esperen a oír cómo fue su nacimiento. Cuando llegó el momento del parto, Maya se dirigió al jardín, se agarró a la rama de un árbol y allí mismo, de pie, tuvo lugar el alumbramiento. Diez mil mundos se sacudieron, los fuegos de todos los infiernos se apagaron, los ciegos recobraron la vista, los sordomudos hablaron, las enfermedades cesaron entre los hombres y las aguas de los océanos se tornaron dulces. Buda salió del vientre de su madre como un hombre que baja por una escalera, con ambas manos y pies extendidos, sin mancha de impureza alguna ni señales del vientre materno. Casi podría decirse que fue un alumbramiento virginal. Buda afianzó ambos pies en el suelo, dio siete pasos hacia el Norte y, examinando las cuatro partes del mundo, exclamó: "Yo soy el principal, el mejor y el primero del mundo; éste es mi último nacimiento; nunca más volveré a nacer".

Como suele ocurrir en estos casos, el texto más antiguo que habla sobre Buda fue escrito unos 400 años después de su muerte así que vaya usted a saber si no habrán exagerado un poquitín porque eso de dar a luz en medio de un jardín suena rarísimo.

Siddartha vivió en casa de sus padres hasta los treinta años o por ahí (nada nuevo bajo el sol) y, durante ese tiempo, sólo conoció el lujo, la comodidad y la opulencia. El darse cuenta de que en el mundo había pobreza, dolor, enfermedad e, incluso, muerte, fue para él un tremendo shock que le condujo, no a intentar paliar esas cosas haciendo uso de su inmensa fortuna, como cabría esperar, sino a raparse la cabeza y echarse al camino a meditar y a aprender de los gurús que pululaban por allí, incluso antes de que los descubrieran los hippies. Ya ven. Buda no era budista (aún) pero como si lo fuera.

Eso sí, después de años y años de meditación, aprendió una cosa: que la meditación no bastaba.

Y después de tener unos cuantos maestros, aprendió otra cosa: que llegado a cierto punto, ningún maestro puede enseñarte nada más (no estoy muy seguro pero sospecho que ese punto es cuando el maestro ya te ha enseñado todo lo que sabe).

Descorazonado, decidió buscar el conocimiento en su propio interior así que, ni corto ni perezoso, se sentó bajo una higuera tomando la resolución de no levantarse de allí hasta encontrar la respuesta a los enigmas de la vida y de la muerte. Ya hemos dicho que Siddartha no era de extracción campesina, por eso no sabía que "la sombra de la higuera le hace mal a cualquiera" (uno que hizo lo mismo en mi pueblo estuvo allí tres días solamente antes de que se lo llevaran metido en una camisa de fuerza unos señores vestidos de blanco).

Pero la encontró, al parecer (la respuesta, digo, no la camisa de fuerza).

Sintiéndose más allá del dolor o el placer, completamente ajeno a las pasiones humanas, llegó a la convicción de que había logrado romper la rueda de la vida y ya no se reencarnaría más. Había alcanzado el nirvana.

Siddartha Gautama murió a la avanzada edad de ochenta años, parece ser que a causa de una intoxicación alimenticia, en medio de violentos vómitos, grandes hemorragias y atroces dolores que sobrellevó con gran entereza, según los testimonios que nos ha legado la tradición. Es lo que pasa cuando se va uno más allá de las pasiones humanas, que no se entera de lo que come.

Sus discípulos se encargarían de divulgar sus enseñanzas por toda Asia y parte de Hollywood.



jueves, 19 de julio de 2007

Micro-relatos

El fenómeno del cuento breve, del micro-relato, ni es reciente ni, creo yo, añade nada novedoso al arte de emborronar cuartillas pero parece el vehículo ideal para transportar literatura a través de las autopistas de la información. Mientras que puede resultar un poco pesado enfrentarse a las tropocientas páginas de Guerra y Paz frente a la pantalla de un ordenador, un cuentito de diez o doce líneas se lee, sin embargo, en uno o dos minutos sin mayor complicación que un e-mail. No es de extrañar que pulule por la red una inmensa legión de escritorzuelos aficionados empeñados en mostrar al mundo, desvergonzadamente, sus escritos. Verbigracia:

Richard Pantell - Couple (detalle)

Hace tanto tiempo que estamos juntos, querida mía, que nuestros cuerpos se han ido arrugando como frutas maduras y el recuerdo de aquella indecente proposición que nos hicieron una vez es apenas una gota en el vasto océano de nuestra memoria. ¿Lo recuerdas? ¿Recuerdas la voz almibarada y seductora, la promesa del placer inmenso que experimentaríamos si nos aveníamos al trato? ¿Recuerdas el picante hormigueo de la tentación de dejarnos arrastrar por el goce de los sentidos, de sucumbir al pecado? ¿Recuerdas el jardín, el huerto, el árbol? A veces me pregunto qué habría pasado si hubiéramos llegado a comernos aquella manzana.

jueves, 5 de julio de 2007

Delirium


En las noches sin luna, mientras el viento aúlla tras los postigos enredándose en las lanzas de los cipreses, pequeños seres furtivos reptan por las paredes en la oscuridad de mi cuarto. Son diminutos y viscosos depredadores de aspecto monstruoso que buscan arrastrarme consigo al inframundo llamado locura en el que habitan y del que sólo emergen en noches insomnes como ésta.

Mi única defensa frente a esas hordas pavorosas consiste en sentarme frente a la ventana y, hora tras hora, buscar mi salvación en el fondo de una botella de whisky.

Up in the Studio (Andrew Wyeth)
Hay familias en las que el talento fluye de modo natural generación tras generación, o eso parece empeñarse en contarnos el árbol genealógico de los Wyeth. Andrew, nacido en 1.917, es autor de imágenes tan inquietantes como la que precede a estas líneas, "Arriba en el estudio", o la que las sucede, "El mundo de Christina", más conocida, quizás. Es hijo y padre de pintores, Newell Convers (N.C.Wyeth, para los museos) y Jamie, mientras que sus hermanos, Nathaniel y Henriette, son, respectivamente, inventor que patentó varios polímeros y pintora, madre del también artista Michael Hurd.

Christina's World (Andrew Wyeth)
Entre principios de los años setenta y mediados de los ochenta, Wyeth se dedicó a pintar a su vecina, Helga Testorf, al parecer sin que la modelo se enterase. Tampoco se enteró el marido de ésta, quien tras regresar de un viaje se encontró a su Helga en la portada de la revista Time. Sospecho que no debió hacerle mucha gracia.

Portada Time

lunes, 2 de julio de 2007

Ars gratia arts

El latinajo, que viene a ser algo así como "el arte por el arte", es el lema que enmarca al fiero león que presenta las películas de la Metro-Goldwyn-Mayer. O las presentaba, no sé si sigue haciéndolo. Me despisto. Hay películas que tienen la rara cualidad de trascender su propio tiempo a pesar de los sombreros, las metralletas Thompson o los Ford modelo T y parecen filmadas antes de ayer cuando ya han cumplido, en realidad, cincuenta o sesenta años.

Pero no iba a hablar de cine, sino de arte en general, movido por un curioso artículo que se subasta en el sitio de eBay. Se trata de un kit para investigar hombres-lobo, nada más y nada menos. ¡Que no hubieran dado Abott y Costello por uno!


El vendedor cuenta que se trata de una recopilación de artículos pertenecientes a un anónimo biólogo que dedicó media vida a perseguir a través de Europa al licántropo responsable del asesinato de su mujer e incluye cosas tales como un feto de licántropo albino procedente de una hembra abatida, varias piezas dentales, una botellita con nitrato de plata, muestras de tejido muscular y piel, dibujos anatómicos y papeles y notas varias que incluyen un par de cartas del siglo XIV que confirman la existencia de una civilización de hombres-lobo.


Sólo al final de la descripción hay una nota en la que el propio vendedor, alex cf, indica que no son artículos reales sino simplemente una pieza de arte confeccionada por él mismo.

Y es que en cuestión de arte vale todo, desde lo más sublime hasta lo increíblemente ridículo. Lo que conmueve a unos, y digo conmover en el sentido más amplio posible, no necesariamente conmueve a otros y viceversa. Hubo una vez otro artista, Piero Manzoni, que decidió comercializar su arte en forma de 90 botes de hojalata, escrupulosamente numerados y rotulados con la etiqueta "Merda d'artista (contenido neto 30 gramos, conservada al natural, producida y enlatada en mayo de 1.961)".

Adivinen lo que había dentro de las latas (pista: las etiquetas no mentían).

Hará un mes o así fue subastada en Sotheby's, la casa de subastas londinense, una de las latas, la número 018, siendo adquirida por el módico precio de 124.000 Euros de vellón, o sea, a algo más de 4.000 Euros el gramo de... arte. No está mal.