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domingo, 23 de septiembre de 2007

Un día como hoy


Un día como hoy, 23 de septiembre del año 63 a.C., Atia Balba Cesonia, sobrina de Julio César, da a luz un retoño al que pone por nombre Cayo Octavio Turino y al que la historia recordará como Octavio Augusto, heredero de César que será el encargado de dar el golpe de gracia a la moribunda República Romana y se convertirá, de facto, en el primer emperador de Roma.

El Imperio Romano se escindirá en dos y en Oriente, un 23 de septiembre del año 867, Basilio I se convierte en el primer emperador de la dinastía Macedónica al subir al trono de Bizancio tras dar muerte a Miguel III.

El Imperio Romano de Occidente, por su parte, ha caído ante el empuje de las tribus germánicas pero de sus cenizas se levantará el Sacro Imperio Romano Germánico. Un 23 de septiembre del año 1.122 se firma el Concordato de Worms entre el emperador Enrique V y el papa Calixto II con el que se pone fin a la Guerra de las Investiduras acordando que el papa nombrará obispos en territorio alemán entregándoles anillo y báculo pero será el emperador quien tendrá la potestad de otorgarles derechos feudales sobre los territorios de los obispados.

En el extremo oriental de Europa, es un 23 de septiembre de 1.762 cuando Catalina II, la Grande, es proclamada zarina de todas las Rusias tras destronar a su marido, Pedro III mientras que en occidente, en lo que una vez fue la Galia conquistada por César, casi exactamente treinta años después, el 22 de septiembre de 1.792, la Convención Nacional declara la república en Francia.

miércoles, 25 de julio de 2007

Santiago Matamoros

Santiago

Veintitrés de mayo del año de Nuestro Señor de ochocientos y cuarenta y cuatro, inmediaciones del castillo de Clavijo (La Rioja, España). El rey Ramiro de Asturias (primero de su nombre) está hasta el gorro del emir de Córdoba, Abderramán (segundo del suyo), que le ha reclamado un tributo consistente en cien doncellas abonables en efectivo (nada de letras bancarias o cheques pagaderos a treinta días) por lo que ha decidido darle batalla y aprestado para ello un lucido ejército compuesto en su mayoría por aguerridos norteños que piensan cuánto mejor estarían en sus agrestes montañas regando con abundante sidra una buena fabada. El cielo está parcialmente cubierto pero no hay riesgo de precipitaciones (según el último parte meteorólogico: la vieja herida de guerra del soldado Pelagio, que pica como mil demonios cada vez que se aproxima un cambio de tiempo). Pelagio apresta la lanza y embraza el escudo, inquieto ante la presumible escabechina que va a comenzar en breve, mientras piensa, misterios de la mente humana, que el viento relativamente seco de esta extremadura del reino en que se halla le viene mejor para los huesos que la humedad del valle asturiano en que nació. Tal vez se venga a vivir por aquí y repoblar un poco la zona, cuando esto termine. Una suave brisa de poniente cruza la llanura y hace flamear los ropones de los soldados, alineados en formación, prestos al combate. Estado de la mar: marejadilla.

Ramiro espolea su caballo y pasa revista a sus tropas, a las que ha arengado hace un momento relatándoles el sueño que ha tenido la noche pasada en el que el mismísimo apóstol Santiago se le ha presentado para decirle que estará junto a ellos en la batalla. Percibe en los rostros de los hombres signos de lo que tanto puede ser una cierta inquietud ante la promesa del sobrenatural acontecimiento como simplemente el miedo común y corriente que todo soldado experimenta ante la inminencia del combate. Las tropas de Abderramán, alineadas al otro extremo del angosto valle, han iniciado una violenta carga con los bereberes en el centro conformando el grueso de la vanguardia y aullando como endemoniados. Ramiro desenvaina su espada y suelta al aire lo que será el grito de guerra de los ejércitos españoles de ahí en adelante: "¡Santiago y cierra, España!".

El grito va con coma, muy importante. No se trata de cerrar España a cal y canto sino de cerrar filas, acometer, embestir al enemigo (acepción 32, nada menos, de la palabra "cerrar", hoy en desuso si no fuera por el Capitán Trueno y cuatro literatos). Aunque ahora que lo pienso, en el actual ejército español debe haber casi tantos soldados ecuatorianos y colombianos como españoles así que supongo que cuando entran en combate en el Líbano o Afganistán gritarán "¡Nuestra Señora de Coromoto nos valga!", o algo por el estilo.

Pero sigamos. Iba diciendo que Ramiro ordenó atacar invocando el nombre del apóstol.

Las huestes asturianas ya se lanzaban a la carga, dispuestas a topar a lo bestia contra el enemigo según imponía la moda de la época, cuando los cielos se abrieron y de entre la cegadora luminosidad del milagro, pues de eso se trataba, surgió un blanco caballo de no sabemos qué color a cuyos lomos venía jinete el mismísimo apóstol blandiendo una tizona de metro y medio con la que desbarató las filas enemigas cercenando cabezas de moros a diestra y siniestra.

El rey asturiano obtuvo una gran victoria aquel día y ya nunca más pagaría tributo a Córdoba.

La iglesia de Santiago, en Compostela, obtuvo una victoria aún mayor dos días después en Calahorra, cuando el rey hizo lo que se da en llamar "El Voto de Santiago", según el cual se le ofrecerían cada año las primeras cosechas y vendimias y, como a un caballero más, se repartiría a Santiago una parte del botín que se tomara a los moros.

Cosas de la historia, resulta que la única crónica de batalla tan importante y singular fue escrita cuatrocientos años después (hacia 1.243) por un obispo de Osma y arzobispo de Toledo llamado Rodrigo Jiménez de Rada, por lo que los historiadores (¡panda de herejes!) sospechan seriamente que tales acontecimientos nunca tuvieron lugar, ni de la forma en que se narran ni de otra cualquiera.

Pero Santiago sigue siendo patrón de las Españas y hoy, 25 de julio, se celebra su fiesta así que me voy a tomar un buen ribeiro y una ración de pulpo "a feira". Salud.

lunes, 23 de julio de 2007

Siddartha

Buda

Unos cinco siglos antes de Cristo, nació en el Nepal un muchachito que, casi sin quererlo, a lo tonto y a lo bobo, como quien no quiere la cosa, por el procedimiento de sentarse debajo de una higuera, fundó lo que andando el tiempo llegaría a convertirse en una de las religiones con más adeptos del planeta. Se llamaba nuestro héroe Siddartha Gautama (en el idioma local se pronuncia muy raro y se escribe con un serie de palitroques y rayitas más raras aún) pero, como los toreros o los futbolistas argentinos, es más conocido por su alias: "el iluminado". Buda, si lo prefieren decir más corto y en sánscrito.

El padre de Buda, Suddhodana, era rey de no sé qué clan nepalí y poseía un suntuoso palacio en un lugar llamado Kapilavastu, a orillas del río Ganges. Puede decirse que Siddartha era lo que hoy llamaríamos "un niño de papá".

Pero empecemos por el principio.

La concepción de Buda, tal como la narra la tradición budista, es espectacular y tiene para nosotros, occidentales, sutiles reminiscencias de historias conocidas. Verán. La madre de Buda, Maya, una de las esposas de Suddhodana, soñó mientras hacía el amor con su esposo (la leyenda no aclara si antes, después o durante), que cuatro ángeles la tomaban y la transportaban con cama y todo al Himalaya para posteriormente bañarla en un lago con el fin de dejarla inmaculadamente libre de toda mancha humana. Después, tras extender un lecho divino con la cabecera hacia el Este y acostarla sobre él, una criatura celestial, un pequeño elefante blanco de seis colmillos que era el mismo Buda aún por nacer, se acercó al lecho y, tras dar tres vueltas en torno a él, se introdujo directamente en su costado derecho sin causarle dolor alguno. Los sabios consultados dictaminaron que tal sueño no podía significar otra cosa más que el niño así concebido sería santo y alcanzaría la perfecta sabiduría (?). La leyenda tampoco dice cómo llegaron a esta conclusión partiendo de aquel sueño pero quiénes somos nosotros para dudar de hombres tan sabios.

Si les pareció sobrenatural la concepción de Siddartha, esperen a oír cómo fue su nacimiento. Cuando llegó el momento del parto, Maya se dirigió al jardín, se agarró a la rama de un árbol y allí mismo, de pie, tuvo lugar el alumbramiento. Diez mil mundos se sacudieron, los fuegos de todos los infiernos se apagaron, los ciegos recobraron la vista, los sordomudos hablaron, las enfermedades cesaron entre los hombres y las aguas de los océanos se tornaron dulces. Buda salió del vientre de su madre como un hombre que baja por una escalera, con ambas manos y pies extendidos, sin mancha de impureza alguna ni señales del vientre materno. Casi podría decirse que fue un alumbramiento virginal. Buda afianzó ambos pies en el suelo, dio siete pasos hacia el Norte y, examinando las cuatro partes del mundo, exclamó: "Yo soy el principal, el mejor y el primero del mundo; éste es mi último nacimiento; nunca más volveré a nacer".

Como suele ocurrir en estos casos, el texto más antiguo que habla sobre Buda fue escrito unos 400 años después de su muerte así que vaya usted a saber si no habrán exagerado un poquitín porque eso de dar a luz en medio de un jardín suena rarísimo.

Siddartha vivió en casa de sus padres hasta los treinta años o por ahí (nada nuevo bajo el sol) y, durante ese tiempo, sólo conoció el lujo, la comodidad y la opulencia. El darse cuenta de que en el mundo había pobreza, dolor, enfermedad e, incluso, muerte, fue para él un tremendo shock que le condujo, no a intentar paliar esas cosas haciendo uso de su inmensa fortuna, como cabría esperar, sino a raparse la cabeza y echarse al camino a meditar y a aprender de los gurús que pululaban por allí, incluso antes de que los descubrieran los hippies. Ya ven. Buda no era budista (aún) pero como si lo fuera.

Eso sí, después de años y años de meditación, aprendió una cosa: que la meditación no bastaba.

Y después de tener unos cuantos maestros, aprendió otra cosa: que llegado a cierto punto, ningún maestro puede enseñarte nada más (no estoy muy seguro pero sospecho que ese punto es cuando el maestro ya te ha enseñado todo lo que sabe).

Descorazonado, decidió buscar el conocimiento en su propio interior así que, ni corto ni perezoso, se sentó bajo una higuera tomando la resolución de no levantarse de allí hasta encontrar la respuesta a los enigmas de la vida y de la muerte. Ya hemos dicho que Siddartha no era de extracción campesina, por eso no sabía que "la sombra de la higuera le hace mal a cualquiera" (uno que hizo lo mismo en mi pueblo estuvo allí tres días solamente antes de que se lo llevaran metido en una camisa de fuerza unos señores vestidos de blanco).

Pero la encontró, al parecer (la respuesta, digo, no la camisa de fuerza).

Sintiéndose más allá del dolor o el placer, completamente ajeno a las pasiones humanas, llegó a la convicción de que había logrado romper la rueda de la vida y ya no se reencarnaría más. Había alcanzado el nirvana.

Siddartha Gautama murió a la avanzada edad de ochenta años, parece ser que a causa de una intoxicación alimenticia, en medio de violentos vómitos, grandes hemorragias y atroces dolores que sobrellevó con gran entereza, según los testimonios que nos ha legado la tradición. Es lo que pasa cuando se va uno más allá de las pasiones humanas, que no se entera de lo que come.

Sus discípulos se encargarían de divulgar sus enseñanzas por toda Asia y parte de Hollywood.



jueves, 28 de junio de 2007

Juana

Juana I de Castilla, la loca, vivió entre 1.479 y 1.555 y, curiosamente, las cortes de Castilla nunca la incapacitaron oficialmente para gobernar por lo que fue reina de España hasta su muerte.

Mejor dicho, fue: Reina de Castilla y de León, de Galicia, de Granada, de Sevilla, de Murcia y Jaén, de Gibraltar, de las Islas Canarias y de las Indias Occidentales (1504-1555). Reina de Aragón, de Navarra, de Nápoles y Sicilia (1516-1555). Archiduquesa de Austria, duquesa de Borgoña y Brabante, condesa de Flandes, condesa de Barcelona y señora de Vizcaya.

La leyenda que narra el cuadro de Pradilla, esa tétrica figura en cabeza de una comitiva que pasea por media Castilla el cadáver de su amado Felipe, posiblemente es falsa, urdida para contribuir a forjar la idea de una Juana incapaz y así legitimar el gobierno de su hijo Carlos (primero de España y quinto de Alemania), pero no por ello es menos impactante ni deja de ser una romántica aventura.


Juana la Loca (Francisco Pradilla, 1877)

Es invierno y el rudo viento castellano abofetea sin piedad los rostros de la comitiva sin hacer distingo entre nobles y siervos. Sólo tú entre todos, mi señor, confinado en la que será morada última de tu cuerpo, estás libre de su azote.

Murmuran a mis espaldas los duques y obispos. No se atreven a llamarme loca mis damas aunque leo en sus ojos que piensan que el juicio he perdido por amaros más allá de la muerte. Comadrean los cortesanos diciéndose que bien podrían estar al abrigo de los muros del convento que dejamos atrás en vez de estar helándose en medio de este desolado páramo. No podía permitirlo, mi señor. Celosa soy de vos, aún sabiendoos exánime. No hubiera podido soportar que pasarais la noche entre tantas mujeres por más que monjas y novicias hayan hecho ofrenda de su castidad a Nuestro Señor.

Loca, dicen que soy y tal vez no yerren, después de todo, pues hay quien asegura que el amor no es sino una forma de locura. En tal caso, loca me confieso por vos aunque hayáis muerto. Loca porque con vos también yo he muerto y, sin embargo, en mi demencia, aún respiro.

viernes, 22 de junio de 2007

Números

Me piden que cuente cómo funciona eso de la numeración hexadecimal. Trataré de no aburrir.

UnukTodo empezó con Unuk, troglodita de profesión y homo-sapiens aficionado, dándole vueltas a un asunto que le traía de cabeza desde hacía unas lunas. Verán, Unuk estaba seguro de que tenía más pieles de oso cavernario que Doshek, su vecino de la cueva de al lado, porque era evidente que su montón era más grande. Sin embargo, cuando trató de presumir ante Tresuka, se quedó tan sin palabras como un vulgar antropoide al tratar de explicarle cuánto más grande era su montón.

Así que allí llevaba un buen rato intentando inventar los números o algo que le permitiera cuantificar las cosas exactamente.

Empezó a pasar las pieles desde el montón a otro sitio y cada vez que movía una piel se le ocurrió estirar un dedo de la mano. ¡Aquello funcionaba! Resultó que tenía "todos los dedos menos el gordo y el pequeño" pieles. Para abreviar, decidió que eso eran tres pieles, en homenaje a Tresuka.

Se fue luego a la cueva de Doshek y, cuando éste no miraba, movió sus pieles de sitio contando con los dedos como había hecho con las propias. Resultó que Doshek tenía "el dedo gordo y el de al lado" pieles. ¡Menos que él!, como siempre había sospechado. Llamó a esta cantidad dos, por ser las pieles que tenía Doshek.

Un problema mucho más complicado surgió poco tiempo después dentro de la incipiente ciencia de las matemáticas iniciada por Unuk. Un día en que Tresuka, ya felizmente unida a Unuk por los sagrados lazos del garrotazo, le estaba despiojando, se puso a contar los bichos que ella iba dejando aplastados sobre una piedra y se quedó rápidamente sin dedos en una mano lo que le obligó a empezar a utilizar la otra. Estiró el pulgar, el de al lado, el otro, el otro... ¡Ya le quedaba solamente el pequeño! ¿Qué haría después? ¿Contar con los dedos de los pies? ¡Imposible! ¡No podía estirar y encoger los dedos de los pies como un vulgar australopiteco! ¡Él era un cromañón! Y orgulloso de serlo, además.

Así que cogió un palo y, tras estirar el último dedo, hizo una marca en el suelo y empezó a contar con los dedos otra vez desde el principio, como si no hubiera pasado nada. Al terminar la sesión de despiojado, comprobó que tenía dos marcas en el suelo y tres dedos estirados. ¡Veintitrés bichos!, exclamó ufano. ¡Seguro que muchos más que Doshek! ¡Ja!

Igual me he dejado llevar un poco pero... más o menos debió ser así. La circunstancia de que el ser humano tenga diez dedos seguramente ha influido enormemente en el hecho de que numerosas culturas hayan adoptado el diez como base de numeración aunque, a pesar de ello, no debemos dejarnos engañar por las apariencias y considerar que es algo "natural". Al contrario. La elección de una base de numeración es algo totalmente arbitrario. Muchas otras culturas, a lo largo de la historia, han elegido otros números como bases de sus sistemas. Aún podemos percibir los ecos de esas culturas en la nuestra si consideramos que los huevos aún se cuentan por docenas (conjuntos de 12) y no por decenas (conjuntos de 10) o que en una hora hay sesenta minutos y no diez o cien, como sería de esperar.

El caso es que estamos tan acostumbrados a utilizar el sistema de numeración decimal que nos parece completamente fuera de lugar utilizar otra base. Los programadores de ordenadores no piensan lo mismo, claro, acostumbrados a utilizar sistemas con base 2 (binario), 8 (octal) ó 16 (hexadecimal).

¿Pero qué significa eso de "base de numeración"? No queda más remedio que hacer otro poco de historia y contar una de romanos.

Los romanos, como los griegos antes que ellos, utilizaban las letras de su alfabeto para representar los números. La I representaba el 1, la V el 5, la M el mil, etc. Cuando querían representar una cantidad, simplemente iban agregando las letras adecuadas hasta alcanzar la cifra deseada. Por ejemplo, la cifra 2.007 se representaría como MMVII.

En principio, dado que cada letra tiene un valor propio, no hace falta disponer las letras de ninguna forma determinada (aunque suelen utilizarse ciertas convenciones que no detallaré ahora). Para leer el número basta con sumar los valores de todas las letras:

M+M+V+I+I = 1000+1000+5+1+1 = 2007

Este sistema, aunque sencillo en apariencia, hace muy complicado cualquier cálculo, sobre todo si están implicadas cifras relativamente grandes. Hagan la prueba e intenten hacer una operación matemática, aunque sea sencilla, con números romanos. Una locura.

La introducción y asimilación de los "sistemas posicionales" en los que los números, además de tener un valor por sí mismos, adquieren otro valor simbólico dependiendo de la posición que ocupan en la cifra supuso un cambio tan radical en la Europa medieval que, en un principio, se llegó a considerar si no sería cosa de brujería algo que permitía resolver tan fácilmente, cálculos que eran tan complicados hasta entonces.

Veamos sucintamente cómo funciona un sistema posicional, aunque supongo que lo saben de sobra.

Con el sistema de numeración romano, en una cifra como por ejemplo III, las tres íes valen 1, cada una, independientemente de la posición que ocupan mientras que en el nuevo sistema decimal (que es de tipo posicional), en la cifra 111, el uno de más a la derecha vale, efectivamente, 1 pero el siguiente vale 10 y el de más a la izquierda vale 100. Esto es así a resultas de utilizar el 10 como base pues cada posición tiene un valor que es igual a una potencia de 10.

De derecha a izquierda, los valores de cada posición son estos (el símbolo ^ representa la operación de exponenciación, es decir, se lee como "elevado a"):

10^0 = 1 (unidades)
10^1 = 10 (decenas)
10^2 = 100 (centenas)
10^3 = 1.000 (millares)
10^4 = 10.000 (decenas de millar)
10^5 = 100.000 (centenas de millar)
etc.

De esta forma, la cifra 2.047 representa la siguiente operación (el * representa la multiplicación):

2*10^3 + 0*10^2 + 4*10^1 + 7*10^0

O, lo que es lo mismo: 2*1000 + 0*100 + 4*10 + 7*1

O sea: 2000 + 0 + 40 + 7

En definitiva: 2.047

He mantenido indicada, a propósito, la operación con ese cero en las centenas para hacer resaltar la extrema importancia del cero en los sistemas de numeración posicionales.

Pero tampoco voy a extenderme mucho más porque me da la impresión de que me estoy pasado con el nivel de detalle. Ya sé que son cosas archisabidas, pero me parecía importante recordarlas para comprender lo que viene a continuación que es, ¡por fin!, a donde quería llegar desde el principio.

El sistema "hexadecimal", utiliza el 16 como base de numeración lo cual quiere decir que los valores de las posiciones vienen dados por potencias de 16 y no de 10 como ocurría antes con el sistema decimal. De derecha a izquierda, los valores de las posiciones son las siguientes:

16^0 = 1 (cualquier número elevado a cero da como resultado 1)
16^1 = 16 (cualquier número elevado a uno da como resultado el mismo número)
16^2 = 256
16^3 = 4.096
16^4 = 65.536
16^5 = 1.048.576
etc.

De este modo, la cifra hexadecimal &2047 representa la operación:

2*16^3 + 0*16^2 + 4*16^1 + 7*16^0

O, lo que es lo mismo: 2*4096 + 0*256 + 4*16 + 7*1

O sea: 8192 + 0 + 64 + 7

En definitiva: 8.263

He usado el símbolo & para indicar que se trata de una cifra en base hexadecimal y no el número decimal 2.047. Como hemos visto, dicha cifra equivale a ocho mil y pico en decimal.

Hay un problemilla que aún hay que resolver y es que, al utilizar la base 16 necesitamos 16 símbolos distintos para los 16 primeros números (del cero al quince).

Para los diez primeros (del cero al nueve) no hay problema pues podemos usar los viejos y conocidos números arábigos pero para los números del 11 al 15 se necesitan símbolos nuevos. En realidad, en vez de andar inventando símbolos, se acordó que se utilizarían las letras del alfabeto latino, de la A a la F de modo que A tiene valor 10, B es 11, C es 12, D es 13, E representa al 14 y F al 15.

A modo de ejemplo, el número hexadecimal &B2F será, por tanto:

11*16^2 + 2*16^1 + 15*16^0 = 2816 + 32 + 15 = 2863

El uso de este otro sistema "alternativo", que puede parecer un poco tonto, tiene su importancia en matemáticas y, sobre todo, en informática donde el manejo de números grandes se simplifica notablemente usando base 16. Sí, sí, los ordenadores utilizan el binario, que es base dos, pero resulta que 16 es una potencia de dos (2^4=16) por lo que pasar de una base a otra es muy sencillo y cada grupo de dos dígitos hexadecimales, representa a un grupo de 8 dígitos binarios, o, como se dice en el argot, un byte.

¡Qué lejos parece quedar de esto de los bytes y del mundo digital el pobre Unuk! Pues no se crean: dígito, que es sinónimo de número, viene de la palabra latina "digitus", que no significa otra cosa que "dedo".

martes, 19 de junio de 2007

Chiítas y sunnitas

Es de sobras conocido que los ángeles no tienen sexo así que a la hora de divertirse tienen que ingeniárselas como buenamente pueden. Corría el año 610 y hacía seis siglos, año arriba, año abajo, que Gabriel no echaba una canita al aire. Francamente, estaba ya hasta el centro de gravedad (que cae más o menos donde debería estar el sexo) de interpretar al arpa el "Fumando Espero" de Sara Montiel (number one en el hit-parade de aquel año) y de jugar a encontrar caras en las formas de las nubes mientras montaba guardia ante las puertas del Paraíso. Decidió que aquel sería un buen momento para ver cómo iba el lío que había organizado en su anterior excursión a la Tierra, cuando se le ocurrió decirle a una virgen que estaba embarazada del Espíritu Santo. Sólo para ver lo que pasaba, ya saben.

Ni corto ni perezoso, Gabriel empaquetó el arpa, se puso la saya de los domingos y tiro pa'bajo.

Otra cosa harto sabida de los ángeles es que tienen un sistema de orientación parecido al de la paloma de Alberti que por ir al Norte fue al Sur (creyó que el trigo era el agua, se equivocaba) así que acabó lejos de la región de Palestina, internándose en los desiertos de la península arábiga y sobrevolando el espacio aéreo de La Meca. Por suerte para él, los mecanos... los mecanitas... los meca... la gente de La Meca aún no disponía de misiles SAM tierra-aire.

Trataba de encontrar alguna referencia conocida en el terreno a sus pies cuando alcanzó a divisar, sentado ante la boca de una cueva, a un lugareño con una toalla en la cabeza y aire de estar dándole vueltas al coco. Gabriel pensó que estaría bien parar un momento a estirar las piernas y preguntar, de paso, por dónde narices se iba a Jerusalén. Tomó nota mental para sugerirle más tarde al jefe que sería centrodegravedadnudo que la siguiente ciudad sagrada que eligiera fuera una a la que condujeran todos los caminos.

La Revelación de Gabriel a MahomaEl hombre sentado ante la cueva, que se llamaba Mojamé (Mahoma para los amigos), alzó la vista y, a juzgar por la cara que puso, algo debió verle por debajo de la saya que le sorprendió enormemente pues se puso pálido como la cera y cayó postrado a sus pies cuando Gabriel tomó tierra y, con voz tonante y poderosa, dijo... "Hola".

Mahoma salió huyendo despavorido mientras Gabriel remontaba el vuelo meneando tristemente la cabeza y preguntándose en qué nuevo lío se estaba metiendo.

Pero dejemos al liante de Gabriel y centrémonos en Mahoma, quien, a raíz del encuentro con el ángel, se puso a escribir como un loco (de derecha izquierda y con garabatos) y le salió un libro bastante gordo al que llamó El Corán, con mayúsculas. Escribir un libro tampoco es cosa del otro jueves pero hacerlo siendo analfabeto, como era el caso de Mahoma, no puede significar otra cosa distinta a que el texto ha sido fruto de la inspiración divina. ¡Halaaaaa!, dijeron algunos. ¡Alá!, dijeron otros. Y hasta hoy.

A decir verdad, lo más probable es que Mahoma no escribiera nada sino que transmitiera oralmente las supuestas revelaciones de Gabriel y otros pusieran todo por escrito andando el tiempo pero es que el párrafo anterior me salió tan espontáneamente que no he tenido corazón para borrarlo.

De hecho, Mahoma se pasó el resto de su vida predicando y predicando. Y matando un poco a los idólatras, entre prédica y prédica. En definitiva, ganándose la inquina de la mayoría de las tribus árabes, politeístas devotos que veían en el monoteísmo de los musulmanes una total estupidez amén de una ruina económica ya que, para más inri (qué mal traído, lo siento) era la propia tribu de Mahoma la encargada de velar por La Kaaba, el lugar en el que se guardaban los ídolos de Arabia y destino de multitud de peregrinos llegados de todos los rincones de la península para adorarlos. Más adelante, una vez conquistada La Meca para el Islam, el propio Mahoma se daría cuenta de que aquello de montar un lugar de peregrinaje no sólo no estaba nada mal sino que, de hecho, era un chollo así que reelaboraría la historia de La Kaaba. A saber: La Kaaba había sido erigida por el mismísimo Adán para honrar a Alá pero aquella primera construcción, hecha de zafiros y rubíes, tuvo que ser elevada a los cielos para evitar que se mojara cuando aquello del diluvio así que Abraham había construido otra, de piedra esta vez, convocando a toda la humanidad a visitarla para honra de Alá. Lo que pasó después fue que los hombres olvidaron aquello con el paso del tiempo y se habían puesto a adorar falsos ídolos en el recinto sagrado. Hasta que llegó el profeta y mandó "aparar".

Pero basta de rodeos. Iba a hablar de sunnitas y chiítas.

Pues bien, a la fecha de su muerte, en el año 632, Mahoma era la cabeza de una fuerza, el Islam, que había logrado unificar toda Arabia en una entidad tanto política como religiosa pero no se le había ocurrido establecer una ley sucesoria. Lo único que tenía vagamente claro es que posiblemente las mujeres no podrían acceder al gobierno pues, quién sabe, en cualquier momento se les podría ocurrir ser infieles al marido y habría que lapidarlas y estaría muy feo tener que liarse a pedradas con un jefe espiritual. Los líos empezaron casi de inmediato aunque no precisamente por causa de las feministas.

Una asamblea de notables se reunió y eligió como califa (jalifa=sucesor) a Abu Bakr, padre de Aisha, tercera mujer de Mahoma, elección que fue inmediatamente impugnada por los chiítas (shi'i=partidario), esto es, por los partidarios de Alí, primo de Mahoma y casado con la hija de éste, Fátima.

Después de la muerte de Abu Bakr, y de nuevo con la oposición de los chiítas, aún serían nombrados califas, consecutivamente, Omar (padre de otra de las esposas de Mahoma) y Otmán (del clan de los Omeyas y casado sucesivamente con dos de las hijas de Mahoma) hasta que, finalmente, Alí accedió al califato tras morir Otmán en extrañas circunstancias. Tan extrañas que, de hecho, el gobernador de Siria, Muhawiya, también del clan de los Omeyas, se alzó en armas contra Alí acusándole de haber consentido el asesinato de su predecesor.

Corre el año 657 cuando los ejércitos de Alí y Muhawiya se enfrentan en la llanura de Siffin, en el Norte de Siria, cerca del río Éufrates. La batalla se prolongará durante tres días hasta que a los guerreros de Muhawiya les da por colocar páginas del Corán en las puntas de sus lanzas proponiendo que ambos contendientes se sometan al dictamen de un árbitro imparcial. Dicen los chiítas de hoy que los seguidores de Muhawiya propusieron esto no por evitar más derramamiento de sangre sino simplemente porque iban perdiendo.

Sea como fuere, la mayor parte de los seguidores de Alí, los chiíes o chiítas, conminaron a éste a aceptar la mediación pero una pequeña parte se situó al margen de uno y otro bando, aduciendo que la cuestión sólo podía ser resuelta con la ayuda de Alá (o sea, a degüello y el que gane es quien tenía razón). Estos fueron llamados jariyíes (los salientes) y, a lo largo de la historia, fueron un grupo importante aunque se dividieron después en multitud de sectas y hoy día son muy poco numeroso. Los seguidores de Muhawiya se darán posteriormente el nombre de sunnitas o sunníes (ortodoxos), de forma que es en este momento histórico cuando se configuran las tres grandes ramas del Islam, posteriormente sub-ramificadas en multitud de sectas y divisiones.

Por cierto, el arbitraje se resolvió a favor de Muhawiya, que será proclamado califa por sus tropas al año siguiente y trasladará la corte desde Medina a Damasco, lo que marcará el comienzo del Califato Omeya.

El pobre Alí, por su parte, será asesinado en 661 por los jariyíes.

Shalam Aleikum.

sábado, 16 de junio de 2007

El sendero de las lágrimas

Cuando la luna llena de agosto arde de fiebre y baja hasta el arroyo para refrescarse, abandona el coyote su cubil escondido en la montaña y sobrevuela el águila calva el territorio secular del bisonte. Vuelan hacia el sur las garzas, sus plumas del color de la ceniza, y yo me elevo en el aire aferrado a tu mano que me lleva hacia lo eterno.


Tras comprar a Francia el territorio de Luisiana en 1.803, los incipientes Estados Unidos de América se hicieron con una vasta extensión de más de 2 millones de km² al Oeste del río Mississippi (espero haberlo escrito bien porque me he quedado casi sin eses ni pes). Pronto se comenzó a animar a las tribus indias a que se trasladaran a esos nuevos territorios, intercambiando sus tierras ancestrales en el Este por las nuevas, que comenzaron a conocerse como Territorio Indio, como todo el mundo sabe por las películas de John Wayne. Posteriormente, en 1.830, el Congreso aprobaría la llamada Indian Removal Act, una ley que facilitaría enormemente estos intercambios de tierras.

La ley fue entusiásticamente apoyada por los estados del Sur, en particular por Georgia, el estado más grande por entonces, que estaba inmerso en una disputa territorial con la Nación Cherokee pero, como es de suponer, a los indios no se les preguntó su opinión sino que simplemente se presionó brutalmente a los líderes tribales para que se plegaran a firmar los tratados de intercambio de tierras.

En 1.835 se firmaría el Tratado de Nueva Echota que llevaría a los cherokees a emprender El Sendero de las Lágrimas, en el que morirían miles de indios.

Parece ser que dicho tratado nunca fue aceptado por los cherokees y, de hecho, en 1.838 se presentó ante el Congreso una petición avalada por más de 15.000 firmas de cherokees, solicitando que se invalidase. Pero el Gran Padre Blanco de Washington (Van Buren, por entonces) lo hizo cumplir de todas formas y en mayo de ese mismo año envió al séptimo de caballería (en realidad no sé qué regimiento enviaría pero en las pelis siempre es el séptimo el que aparece).

Unos 17.000 cherokees fueron sacados de sus casas a punta de pistola y confinados en campamentos, lo que hoy llamaríamos campos de refugiados, antes de ser enviados hacia el Oeste a lo largo de una ruta de miles de kilómetros hacia lo que hoy es el estado de Oklahoma. Fue en estos campamentos, asolados por la disentería y otras enfermedades, donde se produciría la mayor parte de las miles de muertes provocadas por el traslado.

En la actualidad, los cherokees son el grupo amerindio más numeroso en los Estados Unidos.

miércoles, 6 de junio de 2007

Panamá


Francisco López de Gómara escribía lo siguiente en su "Historia General de Las Indias", el año de Nuestro Señor de mil y quinientos cincuenta y cuatro.


Es tan dificultosa y larga la navegación a las Malucas de España por el estrecho de Magallanes, que hablando sobre ella muchas veces con hombres prácticos de Indias, y con otros historiales y curiosos, habemos oído un buen paso, aunque costoso; el cual no solamente sería provechoso, empero honroso para el hacedor, si se hiciese. Este paso se había de hacer en tierra firme de Indias, abriendo de un mar a otro por una de cuatro partes, o por el río de Lagartos, que corre a la Costa del Nombre de Dios, naciendo en Chagre, cuatro leguas de Panamá, que se andan con carreta, o por el desaguadero de la laguna de Nicaragua, por donde suben y bajan grandes barcas, y la laguna no está de la mar sino tres o cuatro leguas: por cualquiera de estos dos ríos está guiado y medio hecho el paso.

Pero los ingenieros de caminos, canales y puertos no inauguraron el Canal de Panamá hasta 1.914. No estoy seguro de si el retraso es completamente achacable al Ministerio de Fomento.

Como curiosidad, y en contra de lo que parecen decirnos los mapa-mundi, un barco que navegue por el canal pasando del Atlántico al Pacífico, navegará de Este a Oeste, como se puede observar haciendo clic sobre el plano que encabeza este xuspiro (y que obtuve en una web de BBCMundo y retiraré si su propietario así me lo demandare).