martes, 19 de junio de 2007

Chiítas y sunnitas

Es de sobras conocido que los ángeles no tienen sexo así que a la hora de divertirse tienen que ingeniárselas como buenamente pueden. Corría el año 610 y hacía seis siglos, año arriba, año abajo, que Gabriel no echaba una canita al aire. Francamente, estaba ya hasta el centro de gravedad (que cae más o menos donde debería estar el sexo) de interpretar al arpa el "Fumando Espero" de Sara Montiel (number one en el hit-parade de aquel año) y de jugar a encontrar caras en las formas de las nubes mientras montaba guardia ante las puertas del Paraíso. Decidió que aquel sería un buen momento para ver cómo iba el lío que había organizado en su anterior excursión a la Tierra, cuando se le ocurrió decirle a una virgen que estaba embarazada del Espíritu Santo. Sólo para ver lo que pasaba, ya saben.

Ni corto ni perezoso, Gabriel empaquetó el arpa, se puso la saya de los domingos y tiro pa'bajo.

Otra cosa harto sabida de los ángeles es que tienen un sistema de orientación parecido al de la paloma de Alberti que por ir al Norte fue al Sur (creyó que el trigo era el agua, se equivocaba) así que acabó lejos de la región de Palestina, internándose en los desiertos de la península arábiga y sobrevolando el espacio aéreo de La Meca. Por suerte para él, los mecanos... los mecanitas... los meca... la gente de La Meca aún no disponía de misiles SAM tierra-aire.

Trataba de encontrar alguna referencia conocida en el terreno a sus pies cuando alcanzó a divisar, sentado ante la boca de una cueva, a un lugareño con una toalla en la cabeza y aire de estar dándole vueltas al coco. Gabriel pensó que estaría bien parar un momento a estirar las piernas y preguntar, de paso, por dónde narices se iba a Jerusalén. Tomó nota mental para sugerirle más tarde al jefe que sería centrodegravedadnudo que la siguiente ciudad sagrada que eligiera fuera una a la que condujeran todos los caminos.

La Revelación de Gabriel a MahomaEl hombre sentado ante la cueva, que se llamaba Mojamé (Mahoma para los amigos), alzó la vista y, a juzgar por la cara que puso, algo debió verle por debajo de la saya que le sorprendió enormemente pues se puso pálido como la cera y cayó postrado a sus pies cuando Gabriel tomó tierra y, con voz tonante y poderosa, dijo... "Hola".

Mahoma salió huyendo despavorido mientras Gabriel remontaba el vuelo meneando tristemente la cabeza y preguntándose en qué nuevo lío se estaba metiendo.

Pero dejemos al liante de Gabriel y centrémonos en Mahoma, quien, a raíz del encuentro con el ángel, se puso a escribir como un loco (de derecha izquierda y con garabatos) y le salió un libro bastante gordo al que llamó El Corán, con mayúsculas. Escribir un libro tampoco es cosa del otro jueves pero hacerlo siendo analfabeto, como era el caso de Mahoma, no puede significar otra cosa distinta a que el texto ha sido fruto de la inspiración divina. ¡Halaaaaa!, dijeron algunos. ¡Alá!, dijeron otros. Y hasta hoy.

A decir verdad, lo más probable es que Mahoma no escribiera nada sino que transmitiera oralmente las supuestas revelaciones de Gabriel y otros pusieran todo por escrito andando el tiempo pero es que el párrafo anterior me salió tan espontáneamente que no he tenido corazón para borrarlo.

De hecho, Mahoma se pasó el resto de su vida predicando y predicando. Y matando un poco a los idólatras, entre prédica y prédica. En definitiva, ganándose la inquina de la mayoría de las tribus árabes, politeístas devotos que veían en el monoteísmo de los musulmanes una total estupidez amén de una ruina económica ya que, para más inri (qué mal traído, lo siento) era la propia tribu de Mahoma la encargada de velar por La Kaaba, el lugar en el que se guardaban los ídolos de Arabia y destino de multitud de peregrinos llegados de todos los rincones de la península para adorarlos. Más adelante, una vez conquistada La Meca para el Islam, el propio Mahoma se daría cuenta de que aquello de montar un lugar de peregrinaje no sólo no estaba nada mal sino que, de hecho, era un chollo así que reelaboraría la historia de La Kaaba. A saber: La Kaaba había sido erigida por el mismísimo Adán para honrar a Alá pero aquella primera construcción, hecha de zafiros y rubíes, tuvo que ser elevada a los cielos para evitar que se mojara cuando aquello del diluvio así que Abraham había construido otra, de piedra esta vez, convocando a toda la humanidad a visitarla para honra de Alá. Lo que pasó después fue que los hombres olvidaron aquello con el paso del tiempo y se habían puesto a adorar falsos ídolos en el recinto sagrado. Hasta que llegó el profeta y mandó "aparar".

Pero basta de rodeos. Iba a hablar de sunnitas y chiítas.

Pues bien, a la fecha de su muerte, en el año 632, Mahoma era la cabeza de una fuerza, el Islam, que había logrado unificar toda Arabia en una entidad tanto política como religiosa pero no se le había ocurrido establecer una ley sucesoria. Lo único que tenía vagamente claro es que posiblemente las mujeres no podrían acceder al gobierno pues, quién sabe, en cualquier momento se les podría ocurrir ser infieles al marido y habría que lapidarlas y estaría muy feo tener que liarse a pedradas con un jefe espiritual. Los líos empezaron casi de inmediato aunque no precisamente por causa de las feministas.

Una asamblea de notables se reunió y eligió como califa (jalifa=sucesor) a Abu Bakr, padre de Aisha, tercera mujer de Mahoma, elección que fue inmediatamente impugnada por los chiítas (shi'i=partidario), esto es, por los partidarios de Alí, primo de Mahoma y casado con la hija de éste, Fátima.

Después de la muerte de Abu Bakr, y de nuevo con la oposición de los chiítas, aún serían nombrados califas, consecutivamente, Omar (padre de otra de las esposas de Mahoma) y Otmán (del clan de los Omeyas y casado sucesivamente con dos de las hijas de Mahoma) hasta que, finalmente, Alí accedió al califato tras morir Otmán en extrañas circunstancias. Tan extrañas que, de hecho, el gobernador de Siria, Muhawiya, también del clan de los Omeyas, se alzó en armas contra Alí acusándole de haber consentido el asesinato de su predecesor.

Corre el año 657 cuando los ejércitos de Alí y Muhawiya se enfrentan en la llanura de Siffin, en el Norte de Siria, cerca del río Éufrates. La batalla se prolongará durante tres días hasta que a los guerreros de Muhawiya les da por colocar páginas del Corán en las puntas de sus lanzas proponiendo que ambos contendientes se sometan al dictamen de un árbitro imparcial. Dicen los chiítas de hoy que los seguidores de Muhawiya propusieron esto no por evitar más derramamiento de sangre sino simplemente porque iban perdiendo.

Sea como fuere, la mayor parte de los seguidores de Alí, los chiíes o chiítas, conminaron a éste a aceptar la mediación pero una pequeña parte se situó al margen de uno y otro bando, aduciendo que la cuestión sólo podía ser resuelta con la ayuda de Alá (o sea, a degüello y el que gane es quien tenía razón). Estos fueron llamados jariyíes (los salientes) y, a lo largo de la historia, fueron un grupo importante aunque se dividieron después en multitud de sectas y hoy día son muy poco numeroso. Los seguidores de Muhawiya se darán posteriormente el nombre de sunnitas o sunníes (ortodoxos), de forma que es en este momento histórico cuando se configuran las tres grandes ramas del Islam, posteriormente sub-ramificadas en multitud de sectas y divisiones.

Por cierto, el arbitraje se resolvió a favor de Muhawiya, que será proclamado califa por sus tropas al año siguiente y trasladará la corte desde Medina a Damasco, lo que marcará el comienzo del Califato Omeya.

El pobre Alí, por su parte, será asesinado en 661 por los jariyíes.

Shalam Aleikum.

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