jueves, 2 de junio de 2011

No hay más democracia que la que arde

Tras un par de semanas de acampadas, movilizaciones y cargas policiales, parece que no nos ha dado tiempo de pararnos a reflexionar un poco sobre el alcance de este estallido popular de indignación que corre por España contagiando, de paso, a media Europa. Estamos pidiendo nada menos que democracia real (ya) como si lo que tenemos no fuera democracia o fuera una democracia imperfecta, alejada de esa democracia real (plena, perfecta, ideal) que tenemos en nuestras mentes. Nos declaramos demócratas convencidos y pacifistas de corazón pero basta con analizar siquiera superficialmente la cuestión para caer inmediatamente en la cuenta de que (a) si lo que queremos es democracia y no la tenemos es que estamos sometidos a tiranía y, por tanto, no sé a qué esperamos para iniciar una revolución de las de verdad, no esta especie de pataleta bucólica que no nos lleva a parte alguna o (b) la democracia es esto que tenemos, no otra cosa más o menos idealizada que podamos imaginarnos y, por lo tanto, si lo que queremos es esa otra cosa, no podemos autodenominarnos demócratas y más nos valdría, otra vez, procurar la ruptura del sistema. Desde luego, no es que esté llamando a las armas ni me parece que la revolución sea la solución a nuestros problemas actuales pero la conclusión a la que nos abocan esas dos posibilidades (o tenemos democracia o no la tenemos) se resume en la frase de doble sentido que sirve de título a esta nota: no hay más democracia que la que arde.

Es mi opinión que la democracia es esto que tenemos y no puede ser otra cosa más perfecta, como trataré de demostrar.

Pero empecemos por el principio y definamos lo que es la democracia o, al menos, tratemos de identificar qué es aquello a lo que llamamos democracia. Cuando pensamos en ello, la mayoría de nosotros apelamos a la etimología, ya sabéis: demos=pueblo, cracia=gobierno y, por tanto, la democracia es el gobierno del pueblo. Parece una definición tan evidente que ni siquiera nos paramos a pensar en lo que significa. Analicemos la definición, aunque sea superficialmente.

Lo que significa "gobierno" está bastante claro pero saber lo que es "el pueblo" ya es harina de otro costal. En principio, podemos saber quiénes son Pepe, Manolo o María, ciudadanos de a pie (o de a caballo, da igual) pero no hay nada material, palpable, físico, identificable como "el pueblo". Vale, vale, es cierto que, habitualmente, se considera que "el pueblo" es simplemente la suma de los Pepes y Marías, es decir, el conjunto de todos los ciudadanos que habitan en un determinado territorio. Tengo objeciones al respecto ya que no todas las personas que habitan en el territorio de un estado son consideradas ciudadanos de pleno derecho pero aceptémoslo, de todas formas, y supongamos España, que tiene unos 47 millones de habitantes (censo municipal de 2010). A cualquiera que se pare a pensar le resultará inmediatamente evidente que la participación de todas y cada una de esos 47 millones de personas en el gobierno de la nación originaría un caos absoluto y tal democracia sería inviable. De hecho, ningún país del mundo (y ninguno significa ninguno, pequeño o grande, democrático o no) pone realmente el gobierno en manos del pueblo de esa forma que podríamos llamar "asamblearia". Es decir, la democracia, definida como el gobierno del pueblo, no existe más que como idealización más o menos utópica, con lo que ya de partida (por definición) resulta que la democracia es una cosa que no existe sino que lo que hay, en su lugar, es una serie de mecanismos, procedimientos, conceptos y tecnologías que, en conjunto, dan forma a eso que llamamos "democracia". Por ejemplo, dado que es evidente que el pueblo al completo no puede gobernar, se eligen representantes para que lo hagan en su nombre: concejales, ministros, diputados, senadores, congresistas, etc. que se erigen, de este modo, en portavoces de "la voluntad del pueblo".

Pero, ay, si ya resultaba difícil definir el concepto de "pueblo", identificar lo que es "la voluntad del pueblo" se me antoja casi milagroso. ¿Cómo puede nadie atreverse a decir que representa la voluntad de 47 millones de personas? Para empezar, ¿es que esos 47 millones de personas tienen una sola voluntad? ¿Es que entre esos 47 millones no se dan opiniones distintas, corrientes de pensamiento diferentes, discrepancias ideológicas o, simplemente, gustos y preferencias diversos?

Por este motivo, precisamente, entra en escena otro de los conceptos asociados a la democracia: el concepto de "mayoría". En democracia se vota y se acata lo que diga la mayoría considerándose a partir de ese momento que ésa es la voluntad del pueblo. Esa correlación mayoría=totalidad es completamente falsa, por más que se respete como parte de las reglas de juego. Piénsese que la diferencia entre la mayoría y la minoría puede ser de un solo voto, con lo que ese único voto sería, por tanto, el conformador de la voluntad del pueblo lo cual es completamente absurdo, desde el punto de vista estadístico en que se basa el concepto de mayoría. Aún más absurdo resulta si tenemos en cuenta que, como apuntaba más arriba, no todo el mundo tiene derecho a voto con lo que una cosa es "el pueblo" y otra muy distinta "el electorado" por más que en el juego democrático se confundan ambas cosas. Para más inri, en una convocatoría típica, tan sólo vota aproximadamente entre el 50% y el 75% del electorado con lo que, haciendo cuentas, al gobernante a quien se le llena la boca diciendo que tiene "mayoría absoluta" y que es el representante de su pueblo y la personificación de la voluntad popular y qué sé yo, le habrá votado, en el mejor de los casos, una cuarta parte de ese pueblo.

Consultando los resultados de las elecciones generales de 2008, se observa que el PSOE, ganador de esas elecciones, obtuvo unos 11 millones de votos sobre 46 millones de habitantes, lo cual supone, aproximadamente, un 24%: el algodón no engaña, las matemáticas menos.

Y, de esta forma, hemos llegado al pantanoso terreno donde habitan los partidos políticos.

¿A qué votamos cuando metemos nuestra papeleta en la urna? ¿Votamos al programa económico que va a sacarnos de la crisis? ¿A las medidas sociales que van a acabar con la pobreza o el paro? ¿A los métodos policiales que van a derrotar a la delincuencia o al terrorismo? ¿A las políticas pacifistas que harán innecesarios los ejércitos? ¡Qué sabemos nosotros! ¿Somos acaso economistas, sociólogos, diplomáticos, ingenieros, etc.? Cada uno de nosotros será, en el mejor de los casos, una de esas cosas y tendrá conocimientos, tal vez incluso soluciones a problemas, acerca de esa materia que domina en particular pero, en general, nosotros, el pueblo, lo que queremos es que no haya paro, que la seguridad social nos pague los medicamentos, que nos garanticen las pensiones de por vida o que no haya que hacer la mili, sin saber ni una palabra de relaciones internacionales, de políticas educativas, de confección de los presupuestos de un estado, de macro-economía o de sanidad pública. Sin tener ni la más remota idea de gobernar países, dicho más crudamente. Y como lo normal es que no sepamos nada de esas cosas, "confiamos" en los programas políticos de los partidos y les damos nuestro voto. A menudo ni siquiera eso pues la mayoría de nosotros nos limitamos a votar por las siglas de un partido basándonos en cuestiones secundarias como la historia detrás de esas siglas, el carisma del candidato, la calidad de su oratoria en los debates, el apoyo que recibe su campaña por parte de los medios de comunicación o, peor aún, lo bien que queda en las fotos de los carteles, sin preocuparnos siquiera de leer las propuestas de sus programas electorales.

Se observa en este apresurado análisis que no es, por tanto, que los partidos políticos representen nuestra voluntad sino que, en cierto sentido, conforman, moldean, dirigen, nuestra voluntad. El pueblo no expresa su voluntad en las urnas, como suele decirse, sino que, en realidad, se limita a estar de acuerdo con la voluntad de los partidos, lo cual es completamente distinto.

Pero en esto consiste la democracia, la auténtica y palpable democracia. Pedir democracia real es pedir lo que ya tenemos.

Pero si lo que queremos es otra cosa... acabo como empecé: no hay más democracia que la que arde.


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